domingo, 22 de noviembre de 2015

El pueblo de los malditos (1960)





Título original
Village of the Damned
Año
1960
Duración
78 min.
País
Reino Unido Reino Unido
Director
Wolf Rilla
Guión
Stirling Silliphant, Wolf Rilla, George Barclay (Novela: John Wyndham)
Música
Ron Goodwin
Fotografía
Geoffrey Faithfull (B&W)
Reparto
George Sanders, Barbara Shelley, Martin Stephens, Michael Gwynne, Laurence Naismith, John Phillips, Richard Vernon
Productora
MGM
Género
Terror | Extraterrestres. Serie B



Sinopsis


Al comienzo de la película, todos los habitantes (humanos y animales) de la aldea británica de Midwich caen repentinamente inconscientes. Toda persona que entra en la aldea también pierde la consciencia; así, el piloto de un avión de observación que se aproxima, también se desmaya al descender de los 1500 metros de altitud, estrellándose. El ejército establece un cordón de seguridad, una zona de exclusión aérea de unos 8 km. alrededor de la aldea, y envía a un hombre protegido con un traje de aislamiento biológico. Pero también él cae inconsciente y es recuperado gracias a que iba atado a una cuerda de seguridad. El hombre despierta, y sólo puede informar de haber percibido una sensación de frío justo antes de haber perdido el sentido. Casi al mismo tiempo, los aldeanos recuperan la conciencia y aparentan no tener ningún síntoma aparte del desmayo. Se bautiza el fenómeno como un "tiempo muerto", cuya causa es indeterminada.

Unos dos meses más tarde, todas las mujeres y las niñas en edad de tener hijos que se encontraban en la zona afectada descubren que están embarazadas, provocando muchas acusaciones de infidelidad y de haber mantenido relaciones sexuales prematrimoniales. Las acusaciones se desvanecen al descubrir la naturaleza extraordinaria de los embarazos: todas las mujeres dan a luz el mismo día, y el médico informa sobre el extraño aspecto de los niños, ya que todos tienen una inusual textura de cabello y color (pálido rubio, casi blanco), asombrosos ojos y uñas. A medida que crecen, se desarrollan a un ritmo increíble y se pone de manifiesto que también tienen un poderoso vínculo telepático entre sí. Pueden hablar entre sí y comunicarse lo que ven desde grandes distancias. Cuando uno aprende algo, también lo hace el resto.

Tres años más tarde, un representante de la aldea, Gordon (George Sanders), asiste a una reunión con la Inteligencia Británica para discutir sobre los niños. Allí descubre que Midwich no es el único lugar afectado, y el seguimiento de investigaciones han revelado fenómenos similares en otras zonas del mundo.

En un municipio en el norte de Australia, treinta bebés nacieron en un día, pero todos murieron dentro de las 10 horas del nacimiento.
En una comunidad Inuit en Canadá, habían nacido diez niños. Los niños de pelo blanco nacidos violaron sus tabúes, y todos ellos fueron asesinados.
En Irkutsk, Rusia, los hombres asesinaron a todos los niños y a sus madres.
En las montañas del noroeste de la Unión Soviética, los niños sobrevivieron y fueron educados para ser del más alto nivel posible en el estado.
Aunque tienen sólo tres años, presentan el desarrollo físico de niños de unos doce años de edad. Su comportamiento se ha vuelto cada vez más inusual y sorprendente. Ellos visten impecablemente y siempre van a pie como un grupo, hablan de una manera muy adulta, se comportan muy bien... pero no parecen sentir conciencia ni afecto, y demuestran una gran frialdad hacia los demás. Todo esto ha tenido el efecto de que la mayor parte de la gente del pueblo les tema y sientan repulsión hacia ellos.

Los niños comienzan a demostrar el poder de leer mentes, u obligar a las personas a hacer cosas contra su propia voluntad, esta última acompañada por un extraño resplandor en los ojos de los niños. Se ha contado una serie de aldeanos muertos desde que nacieron, muchos de ellos de muertes consideradas fuera de lo normal (como el ahogamiento de un experto nadador). Es la que obligaron a un hombre a estrellar su coche contra un muro, causando su muerte y -más adelante- se obliga a su hermano a dispararse a sí mismo.

Gordon, comparando la resistencia al niño con una pared de ladrillo, les intenta enseñar a los niños, mientras tiene la esperanza de aprender de ellos, y los niños son colocados en un edificio separado donde aprenden y viven. Si bien los niños siguen ejerciendo su voluntad, Gordon descubre que los soviéticos han utilizado las armas nucleares para destruir su aldea de mutantes. Como el mal carácter de los niños se le vuelve más y más claro a Gordon, oculta una bomba de tiempo mientras les enseña a los niños, y trata de bloquear su conciencia de la bomba con la visualización de un muro. Su "hijo" David explora su mente -y muestra una emoción (sorpresa) por primera vez- "¡Usted no piensa en la energía atómica, usted está pensando en ... una pared de ladrillo!" Los niños ejercen toda su fuerza para tratar de romper la pared mental de Gordon para saber lo que esconde de ellos. Ellos descubren sus acciones justo un momento antes de que la bomba estalle.

La escena final es ambigua y podría ser interpretada como la supervivencia no corporal de los niños. Sus ojos parecen brillar en los escombros del edificio ardiendo y salir corriendo.



Reparto

George Sanders como Gordon Zellaby
Barbara Shelley como Anthea Zellaby
Michael Gwynn como Alan Bernard
Laurence Naismith como Dr. Willers

Los Niños

Martin Stephens como David Zellaby
Linda Bateson como June Cowell
Carlo Cura como John Kelly
Mark Mileham como Lesley Scoble
Peter Preidel como Roger Malik
Elizabeth Munden como Theresa Scoble
Howard Knight como Peter Taylor


Producción


La película fue originalmente una película estadounidense cuando la preproducción se inició en 1957. Ronald Colman fue contratado para el papel principal, pero MGM dejó de lado el proyecto, considerado provocador y controvetido debido a la siniestra imagen del nacimiento virginal. Colman murió en mayo de 1958 -por extraña coincidencia, su viuda, la actriz Benita Hume, se casó con el actor George Sanders en 1959, y Sanders tomó el papel destinado a Colman-.

La película se rodaría en la ubicación de la aldea de Letchmore Heath, cerca de Watford, aproximadamente 12 millas (20 kilómetros) al norte de Londres. Los edificios locales, tales como The Three Horseshoes Pub y Aldenham School, y se utilizaron durante la filmación.

Las pelucas rubias que los niños usaban tenían relleno para dar la impresión de que tenían cabezas anormalmente grandes.

Trivia
En el capítulo de los Los Simpson Wild Barts Can't Be Broken, hay un guiño a esta película.



TRAÍLER




CRÍTICA

El Pueblo de los Malditos (1960) Sería injusto tratar a la novela Los Cucos de Midwich como la respuesta inglesa a La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos. Es cierto que cae en la misma línea temática - la invasión alienígena mediante la aparición de seres modificados / reemplazados -, pero la excelente novela de John Wyndham (El Día de los Triffids) tiene suficiente personalidad como para despegarse del relato de Jack Finney (y del film de Don Siegel) (nota: los Cucos son unos pajaros que matan a las crías de otras aves y las reemplazan con su propios polluelos en el nido para que se los alimenten)

Ya hemos comentado anteriormente que esa suerte de invasiones silenciosas se las suele comparar con la paranoia de la Guerra Fría. Su vecino, su amigo, su compañero de trabajo puede ser un espía comunista / un alienígena. Poco a poco los comunistas comenzarán a infiltrar la sociedad, y pronto estaremos rodeados de ellos.

Pero la novela de John Wyndham juega exactamente con lo contrario. Aquí la invasión no es silenciosa sino que es a la vista de todos, y existe una demostración de poder de tal magnitud (y de soberbia, si se quiere) que resulta indetenible. En esta excelente adaptación (y todo un clásico) de 1960, la sensación es de absoluta impotencia. Los militares no pueden entrar de ningún modo a Midwich, y cuando descubren que las mujeres fértiles han quedado embarazadas - inseminadas - simultáneamente, es un dato estremecedor.

La película sigue casi al pie de la letra la trama de Wyndham - una omisión interesante es que, en el libro, un avión sobrevuela el área y ve un gran objeto plateado asentado en el medio del pueblo -. Posiblemente esa omisión artística del director Wolf Rilla sea un acierto, ya que la naturaleza alienígena de los niños no resulta obvia desde un principio, y la interrogante queda abierta. ¿Es posible que sea una mutación, un paso evolutivo dado bruscamente?. El proceso de descubrimiento es gradual, especialmente cuando llegan los reportes de nacimientos similares a lo largo del mundo - cuando han nacido en tribus, han sido sacrificados porque se consideraban demonios; en otros casos la inseminación ha fallado y nacieron muertos; y en la URSS llegan a un punto que los bombardean atómicamente, evaporando el poblado donde vivían -.

Donde El Pueblo de los Malditos consigue sus mejores bazas es en el shock que provoca que la invasión no pueda ser detenida. Mientras que La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos se basa en la desconfianza y en la paranoia, Village of the Damned se basa en la impotencia. Al contrario de los seres / vainas que perseguía Kevin McCarthy - que habián optado por no tener sentimientos -, los niños de Midwich no los tienen porque es una característica de su raza. Es un inconsciente colectivo - idea que tomarían para los Borg de Star Trek - que piensa, actúa y aprende al unísono. Acá no se trata de saber quién es alienígena, sino qué es lo que quieren. Cada escena del film es fascinante, descubriendo sus poderes, intentando teorizar sobre sus intenciones. Los chicos son amorales, sólo piensan en su supervivencia y en cometer su propósito (que permanece secreto), y resultan absolutamente expeditivos a la hora de defenderse de posibles amenazas. Es el colmo de la pesadilla de cualquier padre.

La invasión no respeta estratos sociales - tal como Invasion of the Body Snatchers - y es algo que está sucediendo ahora en el patio de su casa. La diferencia estriba en los medios utilizados para invadir - incluso hay chicas virgenes que han quedado embarazadas; los invasores son niños, con lo cual todo el mundo tiene un gran prejuicio para disponer de ellos -. Es un film que aborda temas que eran tabú en su época - el proyecto inicial de la MGM era filmarlo en USA, pero por presiones sobre su temática (niños asesinos, concepción similar a la de Cristo), decidió trasladarlo a Inglaterra -, pero que conserva intacta su capacidad de shock. Si Invasion of the Body Snatchers es una alegoría de una posible infiltración comunista, Village of the Damned bien podría ser una recreación del nazismo - una raza aria, superior, que obedece a un poder supremo y que va incluso contra sus padres, abriendose paso para dominar el mundo -.

Un aspecto interesante de esta versión es que los prejuicios humanos son los que impiden (o retrasan) la decisión inicial de eliminar a los niños mientras que, en el otro extremo, los chicos son lógica pura. La única comunión de ideas que tienen es con el profesor Zellaby, pero no en un grado equivalente, sino como un sirviente leal que tiene la obligación de alimentar sus mentes. El clima del film es excelente y particularmente alienante, con los niños comportándose de modo antinatural, omniscientes y generando miedo con su simple presencia. No precisan ser deformes, verdes o tener tentáculos para ser alienígenas - basta simplemente con un cambio de actitud, una conducta atípica para calificarlos como extraños -. Y es obvio que sus intenciones no son benignas - en un momento, le dicen al profesor Zellaby que han experimentado con el poder de controlar aviones -. El final es absolutamente abierto, con el profesor detonando una bomba y los niños transformados en pura energía que van a buscar (probablemente) otros cuerpos en donde anidar. Pero en todo caso el clímax lo único que hace es confirmar la naturaleza imparable de la invasión.

Hubo una seudo secuela llamada Children of the Damned en 1963, sobre un guión original - y no sobre algún escrito de Wyndham - que trataba el mismo tema, pero se centraba más en la naturaleza xenofóbica de los humanos y menos en el aspecto siniestro de los niños alienígenas. En 1995 John Carpenter dirigió una remake de Village of the Damned, que tuvo una tibia recepción y se la consideró demasiado efectista.

FUENTE (http://www.sssm.com.ar/arlequin/damned-1960.html)





Si nos parásemos a contar cuántas veces nuestro planeta Tierra ha intentado ser invadido y conquistado por razas alienígenas en el cine seguro que echábamos en el intento un buen par de tardes. Y seguro que se nos escapaba más de una. Las hay para elegir: aparatosas, con naves gigantescas llegando a nuestro planeta para destruirlo provocando el caos entre la población; más modestas, con un grupo de tres o cuatro platillos volantes que uno debe imaginar miles, si estamos viendo una película de serie B; solitarias, cuando el alienígena invasor es solo uno pero con un poder devastador; aquellas que nos muestran a la Tierra en guerra directa con otros planetas y civilizaciones si nos adentramos en el terreno de la space opera… En fin, estoy convencido de que ahora mismo se os ocurrirían un montón más. Pero quizá mis favoritas son las que se han dado en llamar silenciosas. Aquellas en las que los alienígenas se infiltran entre nosotros, ocultos adoptando forma humana, en número tan pequeño que la amenaza es por lo general siempre posible de atajar si se descubre a tiempo. La tensión se genera en el momento en el que sabemos que si no son detenidos, pronto se adueñarán sin remisión del planeta. Terreno perfecto para la serie B, que con pocos medios y mucha imaginación puede plantear una invasión en toda regla con cuatro tipos malencarados o pinta de estar muy despistados. O un puñado de niños de pelo imposible y ojos terribles.


Entre las de este tipo, suele ser habitual presentar una comunidad terrestre apacible y encantadora que ve rota su monotonía por la fuerza invasora. Siempre de manera sutil y casi invisible, pero al tiempo imposible de controlar y ocultar a los ojos humanos. Tarde o temprano el verdadero carácter de los invasores saldrá a la luz delatándolos y haciéndolos vulnerables: son más poderosos, pero son menores en número. Ya lo vimos hace poco cuando comentamos La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956): el pueblecito de Santa Mira es el objetivo de unas semillas del espacio que brotan en forma de vainas que reproducen siniestros clones humanos que ocuparán nuestro lugar. En El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960), Midwich es la tranquila población de la campiña inglesa elegida, entre otras, como centro de operaciones de los invasores. Quizá el intento de invasión extraterrestre más extraño jamás contado.


Elegir un lugar tranquilo, alejado de la locura y el frenesí de una gran ciudad, siempre provoca que la ruptura con lo cotidiano sea más fuerte. La monotonía casi se mastica, el aburrimiento y el devenir idéntico de los días son una constante. Cualquier cosa que venga a romperlos golpeará de manera más violenta aquí, donde todo lo ajeno, lo exterior, lo que viene de fuera ve multiplicada su presencia pues solo el hecho de estar allí supone una ruptura. Imaginad qué sucede cuando los visitantes son tan ajenos que ni tan siquiera son de este mundo. La realidad cotidiana se verá invadida por lo extraño y el terror a lo desconocido se multiplicará sin nada que pueda aminorar el impacto. Y todo esto está presentado a la perfección en el inicio de esta magistral película, uno de los más potentes e inquietantes que podamos ver en una película de ciencia ficción.


Nada hay que podamos imaginar más tranquilo y reconfortante que la campiña inglesa atravesada por unas ovejas y el pastor que las guía, un campesino que ara su campo con un tractor, un hombre en su casa solariega que acaricia a su perro frente a la chimenea. Es la misma imagen de la paz espiritual, o al menos tal y como es habitual representarla. Ese hombre, Gordon Zellaby (interpretado por un magistral George Sanders), presentado en el refugio de su hogar atenderá una llamada telefónica. Y es entonces cuando todo se rompe por la mitad. Sin explicación alguna se derrumbará contra el suelo. La música que hasta ese momento es un reflejo de la paz que intenta transmitir adquirirá matices extraños, la voz al otro lado del teléfono lo llamará sin respuesta. Su cuerpo yace tendido sobre la alfombra de su despacho. En el exterior, el campesino ha caído sobre el volante del tractor y se estrellará contra un árbol. En el siguiente plano veremos el pueblo con sus habitantes caídos en el suelo. De lo general pasamos a lo particular, y veremos a diversos habitantes del pueblo derrengados sobre sus lugares habituales de trabajo, sus acciones cotidianas cortadas en seco por un suceso inexplicable. Lo extraño ha entrado así de lleno en esa población violentando la realidad de manera poderosa. Nuestros ojos mirarán incrédulos y no podremos hallar explicación a lo ocurrido. La película no lleva ni tres minutos de duración y ya nos ha enganchado sin remedio.




El director, Wolf Rilla, nos muestra cómo el pueblo de Midwich ha caído fulminado de manera repentina con suaves panorámicas y elegantes travellings. Todo sigue tranquilo en Midwich, parece decirnos, pero cuidado, mirad con atención, algo imposible acaba de ocurrir, y ha sucedido de la misma manera tranquila y apacible con que los aldeanos viven aquí sus vidas. Sin duda, la invasión alienígena más sigilosa y silenciosa de la historia del cine.


A partir de aquí, como en la buena serie B, todos los acontecimientos son fundamentales para hacer avanzar la acción y la intriga. Los guionistas Stirling Silliphant, Ronald Kinnoch y el mismo Rilla adaptan de manera prodigiosa la novela Los cuclillos de Midwich (1957) de John Wyndham comprimiendo acciones y personajes, superando a mi gusto el original, una excelente novela en cualquier caso, obra de uno de los mejores escritores de ciencia ficción ingleses. En su haber cuenta una de mis novelas favoritas del género, El día de los trífidos (1951), de la cual también se hizo una versión cinematográfica, la simpática La semilla del espacio (The Day of the Triffids, Steve Sekely, 1963). Una de esas invasiones vegetales tan extendidas en la narrativa pulp que de nuevo nos lleva a la película de Siegel y el relato en que se basa, obra del escritor Jack Fenney. Pero en El pueblo de los malditos tanto los guionistas como el director y el resto del equipo superan con creces el punto de partida que ofrece la novela.


La invasión tomará rasgos dramáticos: todas las mujeres del pueblo con edad de concebir quedarán preñadas a la vez. El horror de ver crecer en su interior criaturas que pueden ser cualquier cosa está tratado de manera elegante y sutil, eludiendo de manera admirable cualquier tratamiento escabroso pues nunca se pierde de vista la humanidad de los personajes. Cuando los niños nazcan, la alegría de comprobar que son normales se verá enturbiada por el hecho de que esta normalidad es tan solo aparente: los niños tienen una mente colmena, lo que uno aprende lo aprenden todos, su pelo es de un rubio casi blanco anormal y sus ojos tienen un brillo extraño. Los descubrimientos que sobre los mismos va realizando Gordon Zellaby resultan tan estremecedores como apasionantes. Y ya comenzamos a ver que la rareza de estos niños no solo estriba en su aspecto exterior.


Los niños crecen a una velocidad también fuera de lo común. Pronto tendrán el aspecto de niños de nueve años. Y aquí es cuando la película nos ofrece los momentos más memorables e inolvidables, aquellos que de forma definitiva la han convertido en un clásico pese, o quizá por esto mismo, su modestia. Los niños nacidos de tan extraña forma pronto se agrupan entre sí, visten de manera idéntica y muestran unos poderes extraordinarios. Ante la menor amenaza reaccionan defendiéndose sin mostrar piedad, quizá de forma exacerbada. Eso es lo terrible, que pese a su poder y su increíble inteligencia, al verse en peligro responden como lo haría un niño normal: sin medir las consecuencias, mostrando una frialdad rayana en la crueldad que si no es tal es porque carecen de sentimientos. Siempre que se habla de esta película se llama la atención sobre el terror que provocan estos niños, pero pocas veces se comenta qué es lo que de verdad nos aterra de ellos: y es que nunca dejan de ser niños. Son nuestros hijos con el poder de hacer lo que quieran sin estar sujetos a ningún tipo de control. Aunque claro, no lo negaremos, verlos caminar por las calles y campos bajo un cielo otoñal frío, enfundados en sus abrigos idénticos, todos una piña unida en su diferencia, puede provocar horror en algunos. En realidad, es lo diferente agredido por lo común, lo extraño defendiéndose sin medida ante una actitud que saben los llevará a la muerte si no contraatacan con dureza. Los intentos de Gordon Zellaby por llegar a ellos se verán frustrados por la misma condición de los niños, pero también porque las otras poblaciones que han sido inseminadas como Midwich han sido barridas del mapa o bien han exterminado sin piedad a las criaturas nacidas como ellos. No hay posibilidad de entendimiento cuando lo que está en juego es qué especie dominará la Tierra.




Rica en planteamientos y lecturas, El pueblo de los malditos se torna imborrable gracias a esas imágenes de los niños alienígenas de superior inteligencia paseando como extraños por un pueblo de lo más común, lo diferente destruyendo todos nuestros conceptos de lo que debe ser normal. La fascinación que siento por esta película es casi tan anormal como la misma existencia de esos niños. Nunca entendí que dieran pánico cuando lo que en muchos momentos se siente por ellos es una inmensa lástima, una profunda tristeza al ver cómo los denodados esfuerzos de una especie por sobrevivir serán derrotados por aquellos que prefirieron matar antes de comprender, exterminar antes que hacer posible cualquier diálogo. Gordon Zellaby lo intentará, pero estará solo en su posición y al final, él también derrotado en su visión optimista de que esos niños suponen un increíble potencial científico, un caudal de inteligencia que podría acabar con todos los problemas de la humanidad, decidirá poner fin a la invasión y a su sueño de una sociedad mejor. Se nos ofrece así un desenlace desesperanzado y terrible, una de esas ocasiones en las que los buenos ganan y uno no deja de tener la impresión de que no, de que todo está al revés: quienes han ganado son los mediocres, los que detestan el diálogo, los que prefieren destruir lo que desconocen y no pueden controlar.


Esta sensación se verá multiplicada y apoyada en una película que parte de planteamientos de esta: Los hijos de los malditos (Children of the Damned, Anton M. Leader, 1963). Aunque considerada por lo común una continuación de El pueblo de los malditos, en realidad no lo es. Pero no me detendré ahora en ella porque pronto lo haremos con detenimiento en esta misma sección. En el año 1995, John Carpenter dirigiría una versión de El pueblo de los malditos con el mismo título, una película que es un rendido homenaje a la original y que resulta simpática por esto mismo pese a sus resultados a todas luces muy inferiores. Por último, si quieres saber un poco más acerca de la novela de Wyndham, puedes leer un comentario sobre la misma en mi blog La décima víctima.


Destacar en el apartado interpretativo a Barbara Shelley en el papel de Anthea, la esposa de Gordon Zellaby, habitual en las películas de la Hammer, a Michael Gwynn como el hermano de esta y a Laurence Naismith como el doctor Willers. Y de manera especial a ese inolvidable grupo de niños comandados por el fantástico Martin Stephens, el mismo que al año siguiente protagonizaría esa obra maestra del cine de espectros que esSuspense (The Innocents, Jack Clayton, 1961).

FUENTE (http://www.elantepenultimomohicano.com/2012/12/critica-el-pueblo-de-los-malditos-1960.html)






OTRO CLASICAZO QUE NO PUEDES PERDERTE Y DEL CUAL EL MISMÍSIMO JOHN CARPENTER REALIZÓ UN REMAKE EN 1995. ESTA ADAPTACIÓN DE LA OBRA LITERARIA DE JOHNWYNDHAM "LOS CUCLILLOS DE MIDWICH".








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